El viajero
Erase una vez un planeta llamado "Kaza". Kaza era cuadrado, con gente cuadrada, de carros y edificios cuadrados. Papeleras cuadradas donde la gente tiraba basura, basura que no podía reciclarse, basura cuadrada. En el planeta Kaza había una caja, una caja con luces, una caja que decía mucho pero yo no entendía nada. Esta llenaba a todos de ideas vagas, y esta gente hablaba conmigo palabras cónsonas, con una dicción y precisión increíbles. Esto fue lo más triste de mi viaje, tanto pedalear de estrella a estrella para llegar a Kaza y encontrar gente de pensamiento cuadrado.
Para mi sorpresa; ya apabullado de figuras geométricas de carácter escaque, encontré un niño de cabeza redonda entre tanto juego de tetris. Me acerque al niño ¿O él se acerco a mi? No lo sé, de verdad fue tan diáfano el momento y tan casual la conversa que no me acuerdo como empezó. El niño me dijo que el problema de la gente era la cobardía, que ellos no habían nacido como había nacido el. Lluvia toca el piso y remoja nuestros pensamientos.
Instintivamente me refugie, pero Quebyn; el niño, se queda tragando agua como si fuera agua limpia, como que jugar en la lluvia no lo fuera a enfermar, como que no se pudiera resbalar y romperse la cabeza -Ese niño seguro no tiene padres- dije para mí mismo. En lo que Quebyn se voltea sereno, confiado y riendo me grita -¿Qué, eres de paja?- y se sigue riendo mientras juega.
La lluvia cesa, el sol busca un cuadrito de cielo, se asoma y ¡BAM! empieza a brillar con una arrechera que solo aplacamos al entrar en un café techado, le brindo un pastelito de pollo, luego otro, luego un postre, un delicioso y cuadrado postre de chocolate. Quebyn me cuenta que él es valiente, que el sale cada día a buscar su destino, que -La vida es un mundo interior, la naturaleza que hay en mi; querido viajero, me llevaría a crear la humanidad de cero si todo se viera destruido- en ese momento la silla cedió, caí, me dolió, pero por fin, entendí.
Caminando de vuelta con Quebyn a mi bicicleta, veo un ladrón que se la lleva. No hice nada, no esperaba que en esa curva cuadrada más adelante el policía de lentes cuadrados hiciera algo por mí, pero como el mundo no es de los cobardes por lo menos grité "-¡Cabrón eso es mío!- el ladrón volteó, tropezó en la acera, cayó a la calle y lo atropelló un autobús. Quebyn solo dijo -Ahí tienes tu bicicleta-.
Cuando le pregunte antes de irme; contando los pocos billetes que no me quito el chiquillo, -¿Cómo sabes esto, que hace a un hombre valiente, que lo hace cobarde, existe realmente el destino?- por primera vez vi al niño algo turbado, como pensando, pero con seguridad respondió -Ningún hombre es universo aunque dentro de sí lleve la naturaleza del mundo, eso sí, el camino del hombre valiente es incomodo, se ve peligroso porque encontrarse a uno mismo lo es, pero Herman Hesse una vez dijo que "El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Quien quiera nacer, tiene que Destruir un mundo"- y volvió la plenitud a su infantil rostro.
Desconfiado de que un niño fuera tan sabio me fui. Salí de esa Kaza cuadrada, salí y de alguna manera destruí mi mundo, no sé a que nivel me convertí en un niño. Pasando por la vía láctea tome un vaso de leche y seguí pedaleando por el anillo de Saturno mientras cavilaba. Quise darle fin a mi pensamiento pero había una vocecita infantil que me taladraba el sentido común diciendo -No seas lo que todos esperan que seas-.
Para mi sorpresa; ya apabullado de figuras geométricas de carácter escaque, encontré un niño de cabeza redonda entre tanto juego de tetris. Me acerque al niño ¿O él se acerco a mi? No lo sé, de verdad fue tan diáfano el momento y tan casual la conversa que no me acuerdo como empezó. El niño me dijo que el problema de la gente era la cobardía, que ellos no habían nacido como había nacido el. Lluvia toca el piso y remoja nuestros pensamientos.
Instintivamente me refugie, pero Quebyn; el niño, se queda tragando agua como si fuera agua limpia, como que jugar en la lluvia no lo fuera a enfermar, como que no se pudiera resbalar y romperse la cabeza -Ese niño seguro no tiene padres- dije para mí mismo. En lo que Quebyn se voltea sereno, confiado y riendo me grita -¿Qué, eres de paja?- y se sigue riendo mientras juega.
La lluvia cesa, el sol busca un cuadrito de cielo, se asoma y ¡BAM! empieza a brillar con una arrechera que solo aplacamos al entrar en un café techado, le brindo un pastelito de pollo, luego otro, luego un postre, un delicioso y cuadrado postre de chocolate. Quebyn me cuenta que él es valiente, que el sale cada día a buscar su destino, que -La vida es un mundo interior, la naturaleza que hay en mi; querido viajero, me llevaría a crear la humanidad de cero si todo se viera destruido- en ese momento la silla cedió, caí, me dolió, pero por fin, entendí.
Caminando de vuelta con Quebyn a mi bicicleta, veo un ladrón que se la lleva. No hice nada, no esperaba que en esa curva cuadrada más adelante el policía de lentes cuadrados hiciera algo por mí, pero como el mundo no es de los cobardes por lo menos grité "-¡Cabrón eso es mío!- el ladrón volteó, tropezó en la acera, cayó a la calle y lo atropelló un autobús. Quebyn solo dijo -Ahí tienes tu bicicleta-.
Cuando le pregunte antes de irme; contando los pocos billetes que no me quito el chiquillo, -¿Cómo sabes esto, que hace a un hombre valiente, que lo hace cobarde, existe realmente el destino?- por primera vez vi al niño algo turbado, como pensando, pero con seguridad respondió -Ningún hombre es universo aunque dentro de sí lleve la naturaleza del mundo, eso sí, el camino del hombre valiente es incomodo, se ve peligroso porque encontrarse a uno mismo lo es, pero Herman Hesse una vez dijo que "El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Quien quiera nacer, tiene que Destruir un mundo"- y volvió la plenitud a su infantil rostro.
Desconfiado de que un niño fuera tan sabio me fui. Salí de esa Kaza cuadrada, salí y de alguna manera destruí mi mundo, no sé a que nivel me convertí en un niño. Pasando por la vía láctea tome un vaso de leche y seguí pedaleando por el anillo de Saturno mientras cavilaba. Quise darle fin a mi pensamiento pero había una vocecita infantil que me taladraba el sentido común diciendo -No seas lo que todos esperan que seas-.
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