Oquedad azul
En lo profundo del cielo se dibujo nuestro
encuentro entre nubes blancas y grises que jugaban a conocerse. El sol
brillaba; para variar, inclemente y rencoroso pues el calor hizo escondernos
bajo la sombra de un rascacielos. Tan
alto jugábamos y tu sin miedo a caernos.
Siempre envidié tu pelo por ser el primero en
tocar tu espalda, siempre envidié los brazos del campo por qué caíste en ellos
primero que en los míos. El cielo amplio, yo pleno, tu alegre, el sol envidioso,
los hombres grises, las mujeres desfilando, los niños bailaban, las plantas
verdes, los arboles recios y los pájaros soñando estar tan alto como nosotros.
La gravedad es la ley que rompimos para poder
despegar del suelo, no hay pies en la tierra para el que quiere. Pero el piso; como el tiempo, es un destino seguro, ya es tiempo de ir a casa. El sol baja
refunfuñando, el reloj me aprieta la muñeca y tu mamá te llama, caímos.
Y mientras ligeros como plumas y felices como
tontos se nos veía venir abajo la muchedumbre preguntaba:
-¿Y para que subieron si igual iban a caer?-
-¿Para qué bailaron en las nubes? Ahora estarán
agotados-
-¿Estarán locos? Se pudieron ensartar en la punta
de ese edificio-
Mientras el jurado deliberaba nosotros caíamos
enrollados como ovillo, deshilachándonos con delicadeza entre las ráfagas de
viento. Sus comentarios parecían piedras en mi zapato, me hizo triste y
desdeñado saber que en la tierra ya no había soñadores…
-Seguro valió la pena-
Y ahí fue, mientras veía tus labios amapola, tus ojos
brillantes y tus orejas apretadas de lo ancha de tu sonrisa, chocamos. Chocamos
sin contratiempos, repletos de contento pues dos locos que amaron bañaron al menos a un
hombre gris y lo volvieron un soñador.
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